Una constelación de luces en lo más alto de las montañas
Por: Santiago Espinosa. Rector del Gimnasio Sabio Caldas.
En el año 2001, cuando era un estudiante del Gimnasio Moderno, —las fotos muestran a un muchacho más bien flaco y despeinado, un viajero que también soy yo, y que habla a veces cuando estoy escribiendo— no había ido nunca al Sur de la ciudad. Ciudad Bolívar eran las luces que veíamos en las montañas, igual que las constelaciones. El sur era el lugar del que venían las mujeres que ayudaban a cuidarnos, por ellas aprendimos la magnitud de lo que el poeta Aurelio Arturo llamaba “los países de Colombia". El sur eran los barrios en que vivían los empleados de Servicios Generales, Isidro y Juan, Fany y Miguelito, a los que recordamos con el mismo cariño de nuestros grandes maestros.
Cuando decíamos Bogotá —pienso ahora—, no entendíamos la dimensión de esta palabra, los millones de historias que estaban detrás, y que nosotros apenas imaginábamos.
Un día el rector, Juan Carlos Bayona, nos hizo un anuncio que nos cambiaría a todos la vida, así en ese momento no lo supiéramos bien. Nuestro colegio tendría un colegio hermano en Ciudad Bolívar, el Gimnasio Sabio Caldas, “Nuestro norte está en el Sur”, esto nos dijo Bayona aquella vez. Los colegios, aquí y en todas partes, son entidades cerradas. Sus arquitecturas parecen fortalezas, muros que separan los jardines de la realidad. Pero aquí había una institución que le apostaba casi todo por un proyecto pedagógico en el sur de la ciudad. De los colegios en administración que se entregaron en el 2000, lo que entonces se llamaba colegios en concesión, solo uno de ellos, el Gimnasio Sabio Caldas, era una hermandad entre dos colegios que se complementan mutuamente y se necesitan, para cumplir con su misión.
Yo era un muchacho más bien flaco y despeinado al que le gustaba escribir, y en el Gimnasio Moderno estaba El Aguilucho, que sigue siendo la revista ininterrumpida más antigua de Colombia. Yo debía estar en décimo grado cuando a otros compañeros y a mí nos encargaron visitar el Sabio Caldas para el cumpleaños número 1, debíamos escribir a varias manos una crónica sobre el evento, pero no habían puestos suficientes en el bus escolar. En ese momento —estoy hablando del año 2001 — el Moderno tenía dos viejos Willies que habían pertenecido al Prof Bein, uno rojo, el otro verde militar, y que prestaban sus servicios con alguna dignidad en los alrededores del colegio. No me explico la razón, pero a mi amigo Federico Suárez, y a otros dos compañeros, nos asignaron el willies rojo, para que Juanito nos llevará hasta el Sabio sentados en el puesto delantero.
Fue una aventura en realidad. Las latas del carro repiqueteaban por la carrera treinta, como si se tratara de una vieja cafetera. Juanito nos contaba de sus historias en el Sur y en el Llano, de su llegada al colegio, mientras subíamos las pendientes y las calles, las luces que veíamos desde abajo cuando éramos niños, igual que las constelaciones. Habíamos llegado finalmente al Sur de la ciudad. La ciudad se veía enorme desde los miradores, como un océano dormido. Nunca había visto a Bogotá desde esta distancia. Me parece que en ese entonces la vía principal no estaba tan bien pavimentada como ahora, había mucho polvo en los cauchos que aún están frente al colegio, o eso recuerdo. Y vimos los techos azules por primera vez. Los niños salieron a recibirnos en medio del frío. El rector Jorge Cortés, que había sido nuestro profesor de matemáticas —y de cívica, y de dibujo, y de los castigos que pagamos los sábados: el profesor Jorge Cortés lo dictaba todo en el Gimnasio Moderno— nos recibió en la puerta con su habitual sentido del humor, recordándonos que, una vez más, habíamos llegado tarde a su clase. Le teníamos mucho cariño al profesor Cortés.
Todo en el Sabio nos impresionó para bien, los edificios y el cariño de las familias, la alegría de los estudiantes. Ni en mis sueños más optimistas —la adolescencia también tiene momentos duros, en todo nos aprieta como un puño—, me hubiera imaginado que 25 años después sería el rector de ese mismo colegio, Aquellas luces diminutas en las montañas, y que nosotros mirábamos desde abajo, también nos orientaban en su camino. Los recuerdos se confunden, pero me parece que en ese mismo cumpleaños —tenemos una foto muy bonita en los archivos del colegio—, izó la bandera un muchacho espigado y sonriente, Sergio Muñoz, que hoy es nuestro coordinador de bachillerato.
Este fue el primer viaje. Pero después vendrían otros, cuando hicimos nuestro servicio social en el colegio. Como en una peregrinación, subíamos todos los sábados a la montaña, para trabajar con los estudiantes en refuerzos de lectura y de matemáticas, en actividades de teatro, aunque también jugábamos microfútbol en los descansos. Sergio sostiene que de todos los estudiantes del Moderno no había un peor jugador de micro que yo, y supongo que tenía razón.
Bogotá, como la novela de Dickens, es la “historia de dos ciudades”. La ciudad del norte y la ciudad del sur. También es la educación la posibilidad —la mejor posibilidad—, de que estas ciudades se encuentren. Es lo que hoy pasa con el coro intercolegiado “Voces Unidas”, integrado por niños de ambos colegios, y con los grupos de debate en la Cátedra de Bogotá, y con los chicos del Moderno que, después de un tiempo, han vuelto este año a presentar su Servicio Social, los sábados, sin saber que esta experiencia les va a cambiar la vida.
Después de 25 años del Sabio, y de 1700 egresados, 170 de ellos becados, y otros 1010 estudiantes que estudian aquí, en “La casita de los techos azules”, pienso de nuevo en ese viaje sobre un willies rojo, cuando tenía 16 años. Y que en ese momento —sin que yo lo supiera—, me estaba convirtiendo en profesor. “Todo viaje es un retorno”, decía Julio Cortazar.
La educación es la posibilidad de estos encuentros imposibles, de acercar en los salones las distancias, para encontrarnos de vuelta. Esto ocurrió conmigo, esto sigue ocurriendo entre los estudiantes, por esta unidad entre los colegios. Es algo que tenemos que agradecer, trabajando todos los días para que otros gimnasianos lo vivan.