GARABATOS
LAURA HERRERA
Estoy mirando cómo peinarme, si una trenza, un chongo o tan solo una pinza recogiendo mi flequillo, termino escogiendo una cola de caballo, no tan alta ya que me resultaría incómoda a la hora de ponerme el casco. Me pongo el casco azul de mi padre, el que según él es más cómodo y grande. Me subo a la parte trasera de la moto, me acomodo y él acelera. Es un trayecto largo, de 1 hora sin trancón de por medio.
El día es soleado y el ambiente fresco, en el camino me empiezo a aburrir, miro a cada lado de la calle en búsqueda de algo que me entretenga. Mientras espero que un semáforo cambie de aquel rojo que nos impedía el paso a un “adelante caballero” mi mirada queda postrada en una esquina, donde sobresale una señora limpiando un grafiti, mientras insultaba al cielo y a su sombra, el semáforo cambia a verde y mi padre acelera, me quedo viendo los espejos y el reflejo de aquella señora que no deja de maldecir a la vida, y sin duda a sí misma.
Empiezo a especular sobre sus palabras; “esos niños malcriados, no saben más que rayar las paredes ajenas con esos garabatos”, esa palabra retumba en mi mente, ¿serán tan solo garabatos? Miro a mi alrededor en búsqueda de más “garabatos” y no se me es difícil, mínimo por cada Cuadra hay entre 5 a 6, unos más grandes y elaborados, otros más simples y, a mi gusto, vulgares, unos apoyaban selecciones de fútbol y otros no eran más que letras formando palabras sin sentido, algunos eran declaraciones de amor y otros… Eran más que solo garabatos.
Mientras miro las calles con asombro, en mi mente resuena la imagen de dos jóvenes, estas con un aspecto peculiar. Ambas poseían un pelo colorido y accesorios extravagantes, pero, no era eso lo que las hacía destacar, su presencia era imponente ya que eran la combinación entre risas y unas cuantas latas de aerosol.
Mi memoria, que no es muy buena empieza a conectar cables, estas dos jóvenes que tanto me atraían no estaban tan lejos de mi casa, al contrario, estaban a 17 pasos de un joven. Esa era la abismal trayectoria.
Hace bastante tiempo, no sabría decirte cuánto, pero sí recuerdo lo cálida que era esa noche, vi como un grupo de muchachos entre malos chistes y unas latas, que según mi miopía eran de póker, le daban vida a estas deslumbrantes damas, nunca me atreví a preguntar el porqué de su trabajo o siquiera me pude acercar, no por miedo, si no por respeto, me incomodaba el hecho de que pudiese corromper aquel especial encuentro, entre la lluvia con la tierra, el sol con las hojas, el viento con los dientes de león, o tan solo, la pintura con la pared.
Cada vez que salía, especial mente por las tardes, como aquella en la que mis ideas cambiaron de rumbo, no podía dejar de admirar aquellos dulces trazos, la tinta que se escurría en esos dulces rostros, y sobre todo, como le daban vida a la noche mientras la luna era su testigo.
Aquellos niños vestidos de jóvenes, resultaron ser muy talentosos, en menos de una semana lograron embellecer aquella fría pared de al lado del parque, y no solo ellos, todo el muro de ladrillos estaba acompañado de garabatos, entre estos: unas simples letras, otras obras de arte, y en general historias.
Mi papá freno enseguida, e interrumpió aquel momento, pero no duró mucho, ahora no podía dejar de cuestionarme, ¿Será que en vez de garabatos los podemos catalogar como historias? Mientras buscaba una respuesta vuelvo a perderme en mis recuerdos, aquellos enredaditos y confusos recuerdos.
Mi mente se pierde en uno de esos recuerdos, este no era tan distante, al contrario, no tenía más de seis días de origen.
Era miércoles, eso lo recuerdo muy bien. El día era de esos abrumantes, no veía la hora de llegar a casa, mientras salía del salón fui acorralada por una de mis amigas, donde me comentó la existencia de un nuevo taller de grafiti, la idea nos pareció genial, y sin darme cuenta, terminé un viernes en el cual no había clase yendo al colegio para empezar esta nueva travesía. Al llegar y tener esta charla tan reveladora me pude percatar de manera sorprendente, cómo un “garabato” puede ser más que eso. La sensación de contar o plasmar nuestras ideas conjuntas a través de la pintura, fue todo lo que está bien en este mundo. Ver cómo a pesar de que todos teníamos puntos de vista tan distintos, pudimos llegar a un acuerdo.
Vuelvo a conectar mi mente con mi cuerpo, a ese sutil momento, donde siento el viento frio por entre las mangas de mi saco y alrededor de mis piernas, el sol brilla bastante y las nubes no se alcanzaban a ver, lo que sí resaltaba cada vez más en aquellas paredes viejas eran esas historias, unas contadas de prisa mientras se escabullían de la ley, otras apasionadas, otras pre meditadas, algunas tocaban el cielo y otras estaban al ras del suelo, otras generaban conflicto mientas que otras protestaban ante este, unas eran el reflejo de la vivencia de cada uno, al unísono y otras en solitario. Mis ideas cobraron sentido, el mundo estaba repleto de garabatos, historias que no fueron contadas por palabras o a través de libros, estas fueron contadas a través de recuerdos, como lo pudo ser la salida de un par de amigos para pintar con permisos las paredes de al lado del parque, o una escapadita reveladora para llenar el cuerpo de adrenalina mientras se despeja la mente.
Cada trazo tiene su significado, solo es cuestión de ver más allá del término “garabato”, empezar a dejar de contemplar lo estético para glorificar lo verdaderamente importante, lo simbólico, sin desvalorizar la belleza, debería ser más que un privilegio, debería ser priorizado. Sin darme cuenta casi habíamos llegado a casa, dimos una pequeña parada en el asadero de pollos, este viaje más que agotador me pareció interesante, a pesar de lo cansado que estaba mi cuerpo, me encontraba dichosa, resultó muy revelador el como aprender a querer la vida desde las pequeñas cosas, más sin embargo en su momento no duró mucho, me volví a distraer muy fácil por lo caliente que estaba la bolsa y en como está rosaba contra mis desnudas piernas.