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“Aquí perdura mientras todos pasan…”


Por: Profesor Jesús Muñoz


Mi historia con el Sabio Caldas se remonta al año 2005, cuando la casita de los techos azules abrió sus puertas a mi hermana Alejandra y a mí, aliviando y facilitando el proceso de duelo que atravesábamos por la reciente partida de Mayra, nuestra hermana mayor. Esta situación hizo necesario y urgente un cambio de ambiente escolar, al cual el colegio y el rector Jorge Cortés respondieron de manera oportuna. Así pues, desde el inicio, el Sabio Caldas se convirtió para mí en un lugar hospitalario y acogedor, donde los nuevos comienzos son posibles.


Mi paso como estudiante por el Sabio estuvo marcado por importantes giros en mi vida, pues fue en el colegio donde comencé a forjar mi personalidad y donde entablé amistades entrañables que aún perduran o que, si bien ya no guardan relación con mi presente o mi idea de futuro, siguen habitando mi corazón. También fue allí donde fui seducido por las disciplinas que fueron moldeando mi vocación: en el Sabio conocí los misterios de la electricidad, que inicialmente me llevaron a optar por una carrera técnica en la Universidad Distrital. Sin embargo, también fue aquí donde recibí el primer latigazo de la filosofía, cuando un docente de español sembró en mí el germen de la duda al acercarnos a un potente texto de Nietzsche, Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral. Esa experiencia fue el inicio de mi perplejidad ante la idea de la “cosa-en-sí”, lo que finalmente me llevó a convertirme en profesional en filosofía.


Al Sabio también le debo el florecimiento de mi sensibilidad, pues fue en esta casita de techos azules donde aprendí a leer y a interesarme por las artes. Allí cultivé el gusto por la lectura y el aprendizaje musical cuando operaba Batuta y yo coqueteaba con la flauta traversa. Ahora, cuando me pongo a reflexionar, son muchas las cosas que le debo a esta casita, a este taller del carácter, que me llenan de gratitud.


Volver como docente al colegio donde uno se formó es exponer la memoria a un flujo continuo de recuerdos que impregnan cada rincón del espacio que una vez recorrimos. Pues, como dice nuestra reciente Nobel de Literatura, Han Kang, “los fragmentos de la memoria se mueven y crean formas. Lo hacen sin un patrón, sin plan ni sentido alguno. Se dispersan y, de pronto, se unen con determinación”, como mariposas que dejan de aletear al mismo tiempo y crean un cuadro ya perdido en el pasado, pero que invita a encontrar un nuevo significado en el presente.


Es así como estos cuadros, estos retazos de vida vivida, se convierten en el fundamento de una suerte de deuda moral que nos compromete con el futuro. Ahora, desde la otra orilla del salón, me corresponde la labor de formar y transmitir esa esencia del espíritu gimnasiano que nos hermana y que, como dice nuestro himno, “aquí perdura mientras todos pasan”.
 

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